La desembocadura del
Tajo encuentra a su paso bellos enclaves, pero hay una ciudad que destaca
por su historia, sus gentes, su arquitectura y su peculiar orografía al estar
erigida sobre siete colinas. Con estas pistas seguramente ya puedas tener idea
de a qué lugar nos referimos, sí es Lisboa,
la capital de Portugal y la más occidental de la Europa Continental. Un lugar ideal para disfrutar
durante una escapada de unos días, un fin de semana o incluso para pasar la Navidad.
1. Ciudad hospitalaria
Lisboa es una ciudad para conocer con calma paseando para
cada uno de sus rincones, de sus barrios, a muchos de los cuales se accede a
través de vertiginosas cuestas que sólo se pueden subir o bien andando o bien
en sus famosos tranvías o tuk tuk, triciclos vehiculizados,
que abundan por sus calles estrechas empinadas, bulliciosas y alegres. Y así
precisamente son los lisboetas, porque su carácter es afable y amable.
Probablemente esta forma es lo que ha provocado que esta cosmopolita urbe sea
la tercera ciudad más hospitalaria del
mundo, según una encuesta realizada por el sitio de viajes TripAdvisor.
2. Calzada
Esta hospitalidad es uno de los puntos a destacar de este
lugar, pero hay muchos otros aspectos que nos llamarán la atención cuando
visitemos por primera vez la capital lusa. Uno de ellos es la calzada, una peculiaridad que no nos dejará indiferentes cuando
posemos nuestros pies sobre este original suelo mientras nuestros ojos van
descubriendo la monumentalidad que nos rodea. Este firme fue construido
artesanalmente por diestros obreros usando piedras calizas cortadas a la
perfección, colocadas según las preferencias estéticas del momento, de tal modo
que combinando tonalidades blancas y negras forman elementos geométricos,
figurativos o diseños con dibujos específicos como estrellas, barcos, sirenas,
etcétera. En cualquier parte, al bajar los ojos podrás deleitarte con esta
original calzada, pero se puede descubrir con todo detalle en el patrón ondulado de Avenida de la Libertad
o en la simetría que luce en el barrio
de Chiado.
3. Azujejos
Si elevamos nuestra vista, en sintonía con esta
singularidad, podremos apreciar otra
característica arquitectónica de Lisboa: los azulejos. Este arte es
apreciable en algunas fachadas que podemos encontrar en casi todos los barrios.
La azulejería ha resistido al paso del tiempo y hoy día, aunque muchas muestras
se hallan en palacetes o casas privadas, es posible contemplarla en edificios
que son todo un emblema al pasear por los barrios de Alfama, Mouria y Chiado.
Además, si se quiere conocer más sobre este arte, toda su historia está en el
Museo del Azulejo.
4. Barrios y miradores
Si iniciamos nuestro descubrimiento de la ciudad desde la
parte más alejada del estuario del Tajo, podemos empezar caminando por la Avenida de la Libertad, la más majestuosa y
señorial de la capital, bordeada por tiendas de lujo en construcciones del
siglo XIX, cafés en terrazas cubiertas situados en una pasarela central
ajardinada y por varios monumentos. Mientras caminamos por esta avenida cuyas
amplias calzadas muestran en blancos y negros las formas geométricas
mencionadas, en apenas un kilómetro nos
topamos con la Plaza de Los Restauradores. En su centro hay un enorme obelisco
en honor a los rebeldes que en 1640 se erigieron contra la dominación española.
También está el llamativo edificio del Hotel Edén que ocupa lo que era un
antiguo cine.
Desde este misma plaza podemos subir por la Calçada de la Gloria, en tranvía o
andando, y descubrir el Barrio Alto si
proseguimos por la Rúa Sao Pedro de
Alcántara y la Rúa da Misericordia. En éste descubriremos varios locales
para escuchar fados a la par que las típicas calles estrechas de una Lisboa alternativa
cuyos límites se juntan con el más bohemio de los barrios de la ciudad: Chiado. En éste las calles están llenas de
locales estrechos que invitan a tomar un Oporto o una cerveza en buena
compañía. Y callejeando descubriremos uno de los atractivos más eclécticos de
la zona, el mirador de Santa Catarina.
Los oriundos lo conocen como el
Adamastor, y suele estar repleto de jóvenes de toca clase y condición, que
sentados en la plaza y jardín que lo configuran, esperan conversando mientras
toman un caña o un vaso de sangría, la espectacular puesta de sol, la más
bonita de la urbe, junto a las vistas del estuario del Tajo, el puente 25 de
abril y los tejados de São Paulo.
Volviendo de nuevo a la Plaza
de los Restauradores, esta vez dirigiremos nuestros pasos hacia la Estación de Rossio, cuya fachada es una
de las más llamativas de la ciudad. De estilo neomanuelino, obra del arquitecto Luis Monterio, que
se encargó de construirla a finales del siglo XIX. La entrada principal tiene dos
puertas de acceso en forma de herradura y una torre con un reloj, algo muy
habitual en las estaciones ferroviarias de la época. De hecho, el edificio
parece más un teatro o la sede de una embajada y no el acceso a uno de los
centros de transporte más importante de la ciudad de la que parten trenes a
numerosos sitios de interés como Sintra.
A pocos pasos veremos una de las plazas con más vida de la
ciudad la Plaza de Rossio, muy
pegada también a la Plaza de Figueria,
que cuenta con un ambiente muy animado. Cerca de la primera a pocos minutos nos
encontramos con el archiconocido elevador de Santa Justa. El único ascensor
vertical de Lisboa, creado por el ingeniero de origen francés Raúl Mesnier de Ponsard, es una obra de hierro,
material muy común de la época (se inauguró en 1902), que concluye en una torre
desde la que se obtienen bellas vistas. El diseño interior es el original, de
modo que todo el conjunto constituye una de las atracciones turísticas más
demandadas.
Si proseguimos nuestro camino cualquier de las rúas que
bajan desde las plazas de Rossio o de Figueira, nos llevarán a la magnánima plaza del Comercio, la más importante
de la ciudad. En ella estuvo el palacio real hasta que el terremoto de 1755 lo
destruyó. La plaza mira al Tajo y antaño era la puerta de Lisboa, donde
arribaban los barcos mercantes.
Destacan los edificios porticados que la rodean, la estatua ecuestre central de José I,
rey portugués que estuvo al mando durante el terremoto, y el Arco Triunfal da Rua Augusta, que
fue diseñado por el arquitecto Santos de
Carvalho para celebrar la reconstrucción de la ciudad después del
devastador temblor de tierra.
5. La Alfama
Si hasta ahora hemos recorrido la parte más alternativa y
comercial de Lisboa, aún nos queda por descubrir otra zona más pintoresca: el barrio de La Alfama. Un barrio de
pescadores de origen visigodo y en el que los romanos dejaron su impronta en
las ruinas del Teatro Romano y en el
interior de la catedral, que de estilo románico se conoce como catedral de
Sé. De aquí es inevitable ir al mirador
de Santa Luzia, uno de los más bonitos de la capital por su azulejería
única, el jardín y el agua que lo configuran, además de por las vistas del
Tajo, las casas blancas y las cúpulas de las
Iglesias de Santa Engrancia, San Esteban o las dos torres de la de San Miguel.
Muy cerca, recorriendo las empinadas calles sólo aptas para
tranvías, tuk tuk, o para los pies de
los viandantes, alcanzaremos el Castillo
de San Jorge, que con más de ochos siglos de historia ofrece unas vistas
panorámicas espectaculares. No pasan desapercibidos por los visitantes los
pavos reales que hay en esta estancia y que permanecen impertérritos a las
continuas fotografías de los curiosos.
En este mismo barrio
encontramos el Panteón Nacional con una enorme cúpula a la que se puede
subir. Una balconada interior la bordea de modo que el interior de la construcción
se puede apreciar desde arriba, aunque la experiencia no es recomendable para
quienes sientan vértigo. En el exterior, nuevas vistas preciosas de la ciudad.
En esta parte encontramos otros miradores de interés como el
Das Portas da Sol o el da
Senhora do Monte, además del Museo del Fado.
6. Patrimonio de la Humanidad
Alejados de todo el meollo y bullicio central, la capital
lusa encierra dos maravillas Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO: la Torre de Belém y el Monasterio de los
Jerónimos. La primera se construyó en 1514 por orden del rey D. Juan II,
para proteger marítimamente a una ciudad que con los descubrimientos del Nuevo
Mundo se convirtió en el centro del comercio mundial.
El otro lugar que no pasa desapercibido por la llamativa
estructura blanca que lo caracteriza y por ser identidad ineludible de la
idiosincrasia portuguesa, es el monasterio de los Jerónimos. Lo mandó construir el rey D. Manuel I en 1496,
y en un primer momento se erigió en honor de Santa María de Belén, pero posteriormente se donó a los monjes de
la Orden de San Jerónimo, de ahí que
se le conozca por este nombre. Destaca su precioso claustro y la Iglesia que
guarda sepulturas de hombres ilustres por diversos motivos como Vasco de Gama,
navegante y explorador, y el escritor
Luís de Camões, entre otros.
Justo enfrente de esta edificación clásica nos topamos con
otra creación que mira al Tajo y que ya sólo por sus dimensiones (52 metros de
altura) nos llamará la atención: el
monumento a los Descubrimientos. Se hizo en 1960 para conmemorar los cinco
lustros de la muerte de Enrique el
Navegante. Es original su forma de carabela y las 33 personalidades agolpadas
e inmortalizadas pétreamente, todas ellas relacionadas de algún modo con la
época de los escubrimientos.
7. El Fado
Es la expresión musical popular más conocida de Portugal y
calificada como Patrimonio Mundial
Inmaterial de la Humanidad. Se trata de canciones melancólicas que nacen en
la primera mitad del siglo XVIII, y que hablan de la historia del país. En la
capital hay varios locales donde se puede escuchar en directo a intérpretes de
este estilo musical.
En el barrio de
Mouraria, hay un mural el “Fado Vadio” que lo homenajea y que fue creado
por un colectivo de artistas convirtiéndose en una muestra emblemática de arte
urbano. Y, por supuesto, si quieres saber algo más sobre este género musical,
no debes dejar de visitar el Museo del Fado.
8. Farolas
La luz de Lisboa es única y singular, y su secreto se
encuentra en sus farolas. Si nos fijamos, las más antiguas son estructuras de
metal situadas en las paredes, mientras que las modernas las veremos en forma
de columnas. Destacan sus estructuras creadas
a base de hierro forjado, fundido y granito, en las que se mezclan el
estilo romántico y moderno. Algunas están adornadas con el símbolo de Lisboa,
una carabela con dos cuervos, y pueden apreciarse tanto en los barrios nuevos
como antiguos.
9. Lisboa Moderna
Se considera que la
Plaza Marqués de Pombal, al final de la Avenida de la Libertad, es el inicio de la Lisboa moderna. En ésta
misma plaza veremos construcciones actuales que son sede de importantes empresas
portuguesas, bancos o grandes hoteles.
El Parque de las Naciones, donde se albergó la Expo de 1998, es una también una interesante muestra de la arquitectura contemporánea. Aquí se encuentra el Oceanario de Lisboa, el acuario interior más grande de Europa.
El Parque de las Naciones, donde se albergó la Expo de 1998, es una también una interesante muestra de la arquitectura contemporánea. Aquí se encuentra el Oceanario de Lisboa, el acuario interior más grande de Europa.
10. Sardina Asada y bacalao con garbanzos
En la gastronomía lisboeta hay dos platos que sobresalen: las sardinas asadas y el bacalao con
garbanzos. Las sardinas se suelen tomar sobra una rebanada de pan o con
pimientos a la parrilla y patatas cocidas. En cuanto a la “meia desfeita” de bacalao, destacar que su preparación consiste
en desmigar el pescado y mezclarlo con los garbanzos cocidos, después todo se
adereza con cebolla, perejil y ajo picados y, finalmente, se espolvorea
pimentón y se riega con salsa de aceite, vinagre y pimienta.
Para beber, dependerá de los gustos, pero un buen vino puede
ser ideal o una cerveza nacional: Sagres
y Super Bock, son las típicas. También se puede pedir un vaso de sangría
roja o blanca.
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