No sé qué tiene Cuenca que
en otoño su encanto se multiplica en cada uno de sus recovecos, de sus
estrechas calles empinadas, de sus maravillosas casas colgadas que
desafían la gravedad, de sus árboles caducifolios, que amarillean la
ribera del río Huécar, aquel que a su paso contempla desde el llano la
hermosa ciudad de Castilla La Mancha.
Cuenca es especial en cada época del año, pero los colores del otoño la vuelven más mágica, si cabe…
Cuenca es especial en cada época del año, pero los colores del otoño la vuelven más mágica, si cabe…
Más que las casas colgadas
Al margen de sus casas colgadas, de las que ya sólo quedan tres, aquellas que todo visitante ávido de nuevas experiencias fotografía para su álbum del recuerdo, y de sus innumerables conventos, para mí dos de los edificios más hermosos de esta histórica localidad son su catedral y el ayuntamiento. La primera, tiene una bonita fachada de estilo gótico normando. Ladeada, encajada en una esquina, posee una breve escalinata que lleva a la entrada. Su interior guarda interesantes representaciones artísticas. Hay que pagar alrededor de 3 euros para descubrirlas.
Catedral de Cuenca.
El ayuntamiento se halla de frente, en el conjunto de la plaza Mayor. Sobre tres arcos su frontal barroco embellece este rincón, convirtiéndolo en uno de los más atractivos del casco antiguo.
Conviene caminar un poco más y dirigirse hacia los restos de la fortaleza del castillo. Cuesta arriba nos toparemos con el arco de Bezudo al que se puede subir y así obtener una panorámica realmente espectacular. Y si continuamos andando, atravesando ahora el arco por debajo, al lado derecho, la vista de Cuenca deja una imagen de postal en la retina de todo aquel que la contempla.
Otro punto de especial singularidad, de paso obligado para los visitantes ocasionales, es el puente de San Pablo, que desde 1902 luce una estructura de hierro y que sobre el Huécar ofrece una perspectiva ideal de las casas colgadas y de toda la singular urbe. La foto es inevitable desde esta posición.

Puente de San Pablo.
No nos podemos ir sin probar dos manjares típicos, por un lado el rico licor resoli, y por otro, los famosos y sabrosos zarajos.
No nos podemos ir sin probar dos manjares típicos, por un lado el rico licor resoli, y por otro, los famosos y sabrosos zarajos.
Ciudad encantada
Si nos sobra tiempo y ganas, a poco más de 20 kilómetros, la Ciudad Encantada, muestra las formas caprichosas de las calcáreas rocas en una zona que 90 millones de años atrás estaba cubierta de agua, ya que gran parte de la Península Ibérica se encontraba inundada por el llamado mar de Thetis.
El recorrido se puede realizar tranquilamente en una hora. Aunque hay formaciones que aparecen precedidas de un cartel que las nombra porque sus contornos definen claramente una figura lo cierto es que la imaginación hace que cada cual pueda ver en las innumerables rocas que a su paso encuentra cualquier objeto que desee, pues al fin y al cabo, esas piedras se han conformado artísticamente por el capricho de la naturaleza, sin ton ni son, configurando esculturas abstractas a las que cada uno da la forma que primero se le viene a la mente.
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